lunes, 15 de septiembre de 2014

EL PORTAFOLIO EDUCATIVO



Introducción




Este Portafolio es un trabajo conjunto que permite evidenciar lo aprendido en el curso de Modelos Pedagógicos y Didácticos. Presenta las temáticas abordadas con algunos matices de creatividad, crítica y aporte personal.


Consiste en una serie de apartados que evidencian la importancia de conocer los modelos teóricos o herramientas con que los docentes debemos enfrentar la labor diaria.


No se puede llegar a impartir lecciones sin primero formarse, comprender la parte pedagógica es esencial. De nada sirve saber todos los contenidos a desarrollar de una determinada materia, en nuestro caso de Estudios Sociales y Cívica, si no se tiene un modelo pedagógico definido y con ello la posición que se quiere proyectar en las aulas.

Los apartados son los siguientes:

  • A. La pedagogía como disciplina
  • B. Modelos Pedagógicos: Tradicional, conductista, sociocultural, cognitivo y socio cognitivo.
  • C. Aprendizaje Sociocultural y aprendizaje Situado.
  • D. Pedagogía Crítica.
  • E. Evaluación Auténtica.
Con estos apartados se reforzaron cuestiones que ya se habían visto en años anteriores en cursos del CIDE, y se estudiaron nuevos como la importancia de evaluar de forma auténtica y la importancia de la pedagogía para ser mejores docentes.



¿Qué es un Portafolio Educativo?


Un portafolio Educativo es un archivo o una carpeta donde se lleva un proceso escrito de las actividades o conceptos de la clase, generalmente con orden cronológico que muestran un progreso. Se considera al portafolio como "una colección de trabajos elaborados por el alumno o el maestro, que se relacionan de una manera directa o indirecta con actividades referidas a contenidos curriculares" (García, 2000).



El portafolio está abierto a la reflexión, ya que existen algunos con narrativa reflexiva y también a la auto-evaluación, donde el dueño del portafolio (y en muchas ocasiones, las demás personas) pueden evaluar los trabajos y mejorarlos.

El portafolio se puede confundir con el diario educativo, pero el diario describe cada actividad de clase con total detalle, a diferencia del portafolio, en el que no se trata de transcribir los sucesos de clase, es acerca de plasmar el progreso de los estudiantes en referencia a los conceptos vistos.

pero el diario describe cada actividad de clase con total detalle


Existen varios tipos de portafolios dependiendo de autor que lo plantee. Para Shores y Grace (1998) existen tres tipos:

“El privado: se debe elegir quienes serán los usuarios y el maestro incorpora registros escritos que mostraran los conocimientos adquiridos.        

El de aprendizaje: Este portafolio lo realizan los alumnos y maestros en conjunto y ambos deciden qué actividades pueden ir allí.
El Continuo: Este lo conforman una selección de trabajos más significativos que demuestren el avance de los estudiantes”. (Shores y Grace, 1998)
Según Danielson y Abrutyn (1999) existen tres tipos de portafolio:
“De trabajo: Es una recopilación de trabajos de los estudiantes.

De Exhibición: Aquí se ponen los mejores trabajos para mostrar los mejores resultados.

De Evaluación Diagnostica: Los estudiantes documentan en el portafolio según los objetivos ya previstos.”


1. ¿QUÉ ES UN PORTAFOLIO? ¿QUÉ ES EL PORTAFOLIO EN EDUCACIÓN? ¿QUÉ ES Y QUÉ NO ES EL PORTAFOLIO DE FORMACIÓN?

En su acepción general, un portafolio es definido en cualquier diccionario de lengua como una carpeta. Valga como ejemplo la siguiente definición: “maletín o carpeta de forma rectangular y plana que se lleva en la mano y se usa para guardar y llevar papeles” (Diccionario Lema). A partir de esta acepción, puede entenderse el uso que del portafolio se realiza en algunas profesiones, como artistas, fotógrafos, arquitectos, etc. para los que los portafolios son los recipientes en los que muestran lo mejor de su trabajo. En educación, se suele señalar la década de los ochenta como el momento en que empieza a usarse el portafolio, en EEUU y Canadá, aunque en un principio relegado a los cursos de composición escrita. De todos modos, es de justicia subrayar que la primera referencia que encontré al uso del portafolios, aunque sin esta designación, es en el Plan de Estudios de la Segunda República (1934), pues la técnica empleada según el plan de estudios republicano para llevar a cabo la evaluación de los escritos se asemeja al uso que del portafolio harían después en los cursos de composición. En estos el uso del portafolio consiste en coleccionar los escritos de los estudiantes, donde se incluye información sobre los procesos de los estudiantes y sus reflexiones, recogidos con el objetivo de proveer información sobre la mejora a lo largo del proceso de enseñanza-aprendizaje de los mismos. Con dichas muestras es posible efectuar una evaluación final de tal proceso de enseñanza-aprendizaje a partir de valorar algunas de tales muestras (cfr. Freedman 1991). Algo semejante propugnaba ya el citado Plan de Estudios republicano:  "Para juzgar a estos alumnos se tendrá en cuenta la labor realizada durante el curso, los ejercicios prácticos y los escritos. Éstos últimos se efectuarán al menos una vez al trimestre, sobre materias contenidas en los temas del cuestionario. Los ejercicios escritos trimestrales irán firmados: el Profesor los sellará y archivará para presentarlos al examen de la Junta de Profesores" A partir del MCER (2001), el portafolio pasará a plantearse como herramienta de autoevaluación para cualquier aprendiz de lengua. Es lo que se conoce como el Portfolio europeo de las lenguas.


Es también en la década de los ochenta cuando se fragua otro uso del portafolio, ahora por parte del profesor. Se considera que es la Universidad de Stanford la que abandera el uso del portafolio del profesor como modo alternativo para evaluar al profesorado, como contraste a una concepción tecnócrata de la enseñanza, concebida como mera transmisión de conocimiento, “desde un punto de vista demasiado conductista, demasiado genérica y demasiado independiente del contexto” (Shulman 1998: 46). El portafolio nace entonces como una forma de dar cabida a las distintas formas en que el profesor se acerca a reflexionar sobre su enseñanza con el fin de descubrir su propia identidad como docente y de transformarla, en caso de que lo estime oportuno. Y esta parece ser la cualidad distintiva del portafolio del profesor, la reflexión al servicio de la toma de conciencia de la propia competencia docente y de la disposición al cambio. El portafolio del profesor puede ser por tanto definido como una carpeta docente en que se recoge una selección de materiales, llamados muestras o evidencias, con la intención de dar cuenta del aprendizaje realizado en cuanto docente a lo largo de un proceso de formación a partir de reflexionar sobre lo que dichas muestras representan y evaluarlo. Dicho de otro modo, y siguiendo a Shulman (1998), los portafolios son un reflejo especialmente genuino de un proceso de aprendizaje. Por eso, más que una nueva forma de evaluar, puede entenderse como un modo de entender el complejo proceso de enseñanza-aprendizaje. Esta autora se refiere al portafolios como un acto teórico, como una metáfora que cobra vida en la medida en que la incluimos dentro de la orientación teórica o ideológica que nos resulta más valiosa para nuestra práctica educativa. Asimismo, destaca que el modelo del portafolio representa una evolución, no un fin en sí mismo, puesto que el portafolio --como proceso que exige reflexión permanente sobre la enseñanza y el aprendizaje-- contiene la promesa, aunque frágil, de obligar a una reflexión más amplia sobre la educación de los propios docentes y su desarrollo profesional. En el caso que nos ocupa, la enseñanza del español como segunda lengua, en la etapa denominada como posmétodo, urge la figura de un profesional que sea consciente de por qué y para qué actúa de un determinado modo. El portafolio, como herramienta, puede ayudar a canalizar esa toma conciencia, esa reflexión. Puede potenciar la autonomía, con un compromiso y con una actitud autocrítica. Si los docentes se autoevalúan, aprenden a conocerse, por consiguiente a saber cuáles son sus debilidades y fortalezas. Y a mayor conocimiento, mayor amplitud de criterios. El portafolio es entendido pues como un instrumento de evaluación procesual, formativa e interactiva, que responde al enfoque constructivista de la cognición. Por otra parte, la autoevaluación que implica el portafolio está ligada a una visión de la enseñanza, del aprendizaje y, por ende, de la evaluación. Definido de este modo el portafolio de formación, cabe presentarlo también por lo que no es. Un portafolio no es una versión redactada de un currículum vitae, ni una recopilación de apuntes o complicados álbumes de recortes, ni mucho menos un cúmulo de vanidad, una exhibición de logros, pero tampoco una ocasión para lamentarse de lo mal docente que uno puede llegar a verse; tampoco un diario del profesor, herramienta con la que más tarde lo compararemos.


2. ¿QUÉ FUENTES TEÓRICAS CONVERGEN EN EL USO DE ESTA HERRAMIENTA DE FORMACIÓN?


Al hablar de portafolios son muchas las cuestiones que surgen desde el punto de vista teórico. Ahondar en la pregunta que abre este apartado supone dibujar un mapa que recoja sucintamente las posibles herencias, raíces e influencias epistemológicas y procedimentales en dicha herramienta. Debemos retrotraernos hasta Lewin (1946) para empezar a rastrear el hilo de Ariadna que lleva al uso actual del portafolio como herramienta de formación. Se debe a este psicólogo social la acuñación del término investigación-acción, con el que se quiere describir un sistema de investigación que liga el enfoque experimental de la ciencia social con programas de acción social que respondan a problemas concretos. Desde esta perspectiva social, el concepto es transferido al ámbito de la educación por Stenhouse (1975), con que se caracterizan entonces los acercamientos metodológicos que aúnan praxis y teoría.


 La investigación en la acción aplicada a educación propugna que el docente pueda llevar a cabo una investigación sistemática sobre su propia acción educativa con el objetivo de mejorarla. Desde esta óptica, el docente es también, por tanto, investigador y observador. El docente, en tanto que investigador, se plantea un problema que quiera observar y resolver en su acción pedagógica, y propone acciones que él mismo observa en su quehacer pedagógico y las analiza con el fin de resolver el problema planteado. Estas fases adquieren forma de una constante espiral, puesto que es un método de trabajo en el que cada respuesta aporta nuevos interrogantes, esto es, nuevos aspectos sobre los que reflexionar. En este sentido, la investigación-acción es longitudinal, ya que, una vez se ha seguido este proceso, se continúa con el replanteamiento del problema, lo que desencadena un nuevo ciclo. Por otra parte, el docente puede disponer de diferentes instrumentos para recoger, sistematizar y contrastar la información recabada, como pueden ser diarios del profesor, registros de clase, planificaciones, revisiones, evaluaciones de los estudiantes, grabaciones de aula, etc. (cfr. Richards & Lockhart 1994). 




El portafolio de formación se va a nutrir de este planteamiento epistemológico y metodológico, pero se alimenta también de los presupuestos teóricos de la práctica reflexiva, heredera a su vez de los enfoques metodológicos de la investigación en la acción. Schön (1983), en su teoría de la práctica-reflexiva, construye la figura de un docente que reflexiona de modo permanente sobre su práctica de enseñanza con el fin de transformarla, y considerando que la investigación está al servicio de la docencia. Esta premisa es quizá la clave desde la que debe entenderse el actual apogeo del portafolio como instrumento de formación, desde el momento en que supone un giro en el rol del profesor, tradicionalmente dedicado a enseñar los contenidos que otros expertos elaboran. Se aboga por un docente reflexivo que, desde la docencia, indague en las teorías existentes, denominada teoría con mayúsculas, para acercarlas a la problemática observada, de modo que la teoría se torna necesariamente aplicada -es la llamada teoría con minúsculas- por lo que se rompe la relación vertical entre ambas. Así pues, el proceso es inverso altradicionalmente considerado: es la docencia la que busca respuestas en la teoría, y no la teoría la que busca incidir sobre la docencia, entendiendo de este modo que teoría y práctica se retroalimentan. Esta forma de concebir al docente lo capacita, como ya había propugnado la investigación en la acción, para identificar sus problemas o dificultades profesionales y reflexionar sobre ellos: qué ocurre, por qué, qué importancia tiene, qué consecuencias, cuál es su origen, etc. Es de este modo que el docente es el verdadero protagonista de la creación de conocimiento docente y es quien, mediante la reflexión sobre la práctica, puede crear y recrear, construir y co-construir ese conocimiento pedagógico, por un lado, en el diálogo que mantiene con la teoría y, por otro, y muy especialmente, si lo comparte su reflexión con otros colegas o un mentor que guíe su proceso. 

El portafolio se convierte en la herramienta en que canalizar esa observación y reflexión sobre la práctica docente. La existencia de este diálogo subraya la necesaria hermandad, desde un punto de vista epistemológico, del portafolio de formación con una visión constructivista del aprendizaje. La visión que subyace del docente está acorde con una concepción de la enseñanza centrada en los procesos cognitivos, en el papel activo de los protagonistas del proceso de enseñanza-aprendizaje para la construcción de un nuevo conocimiento, en la concepción de la evaluación como un instrumento formativo y de mejora. Asimismo, puede asentirse que con el portafolio se construyen aprendizajes significativos en tanto que enlazan sustantivamente con los conocimientos previos del docente, con sus experiencias, con sus intereses y con sus necesidades. Se puede, asimismo, elaborar procesos de andamiaje, pues el portafolio permite e invita, como se ha apuntado, a la existencia de un mentor que guíe el proceso de construcción de ese nuevo conocimiento. Del mismo modo, el portafolio invita a la interacción con otros colegas, de forma que el conocimiento se construya en cooperación con otros, tal y como preconiza el interaccionismo social. Atendiendo a la herramienta fundamental para abordar el portafolio, la escritura, puede asentirse que, cognitivamente, el portafolio es heredero de una concepción de la escritura como formativa, heurística y epistémica (cfr. Britton et al. 1975). Quiere esto decir que la escritura tiene un importante papel formativo en la creación de conocimiento, por lo que puede afirmarse que texto y conocimiento establecen una relación de doble dirección (cfr. Vigotsky 1934, Beaugrande 1984, entre otros).


 Como señala Beaugrande (1984), que es en el proceso de composición llevado a cabo por el escritor experto donde puede hablarse de función formativa de la escritura, y esto es lo que propugna el portafolio como herramienta básica de formación. Ahora bien, no se concibe dicho proceso en solitario, como labor introspectiva, sino, como ya se ha mencionado líneas arriba, busca tender puentes que permitan la co-construcción del conocimiento, al discutir lo construido personalmente con otros colegas o con un mentor. La escritura, en cualquier caso, se convierte, por cuanto tiene de función heurística y epistémica, en el utensilio más eficaz para alcanzar lo propugnado, esto es, dibujar la propia identidad como docente, reflexionar sobre ello y construir conocimiento. En relación también con tales funciones que supone la escritura, cabe señalar la relevancia que el portafolio en su esencia concede al proceso, no sólo de composición textual, sino también deaprendizaje. Evidentemente, el producto final es básico en la evaluación de conocimientos pero el proceso para conseguirlo también. El portafolio es precisamente una herramienta que permite observar el proceso y por lo tanto, debe entroncarse con el interés desarrollado por la psicología cognitiva por los procesos cognitivos implicados tanto en el aprendizaje como en la composición escrita. Por último, la esencia misma del portafolio y su finalidad buscan ahondar en la explicitación de las creencias propias sobre lo que es enseñar y aprender para, una vez hechas conscientes, poder transformarlas si cabe. 




Por tanto, debe considerarse que el portafolio se alimenta también de las investigaciones en torno a creencias, representaciones o el concepto mismo de currículo oculto. Así, debe relacionarse el portafolio con el apogeo de las historias de vida (cfr. Goodson 2004), cuyo fin es permitir a los docentes comprender la incidencia que sus valores y sus creencias tienen en la interpretación de sus situaciones educativas.




 Lo que surge de este proceso es el intercambio de ideas y el debate sobre lo que hasta ahora permaneció oculto a la vista, es decir, un diálogo abierto sobre “qué es la buena docencia” (cfr. Lyons 1998: 65). En definitiva, el portafolio no nace como algo aislado, sino que son muchos los planteamientos subyacentes de los que se nutre y que lo han hecho posible en un momento en que el docente debe profesionalizarse y crear su propia identidad como tal. Valga el siguiente gráfico (fig.1) para ilustrar el mapa conceptual del portafolio de formación: